Comentario literario-cultural.

1 comentarios


El viajero
por Carlos Clementson

Ha venido esta noche.
El perro había ladrado por un rato en la sombra,
y luego extrañamente se calló en el silencio.
Pobre y casi desnudo, el mar había labrado
hondos surcos de tiempo sobre su enjuto rostro
de marino o pastor, quemado por los soles,
y dejado en sus párpados un rojor de salitre.
Nadie le conocía. Quizá estuviera loco.
En su delirio hablaba de sirenas y monstruos
de un solo ojo enorme, de héroes y de naufragios,
de aventuras horribles en las que él tuvo parte.
Decía que en un tiempo él fue rey de esta isla.
Aquí ni a los más viejos les sonaba su nombre.
Quizá no fuera nadie:
el viento que del mar sopla en las largas noches.
Se ha vuelto con las sombras.

Ulises disfrazado de mendigo y Penélope
En este poema se habla de Ulises como un extrangero en su tierra. Un viajero que llega a ítaca y nadie conoce, y del que todo el mundo piensa que está loco por las historias que cuenta, "Nadie le conocía. Quizá estuviera loco". Esas historias son las que en la Odisea se relatan, y que aquí se toman por invenciones "En su delirio hablaba de sirenas y monstruos/ de un solo ojo enorme, de héroes y de naufragios,/
de aventuras horribles en las que él tuvo parte". Se desmitifica el mito de Ulises, que ni tan siquiera es rey de ítaca, "Decía que en un tiempo él fue rey de esta isla./ Aquí ni a los más viejos les sonaba su nombre". Además, se niega utiliza un juego de palabras ya que Ulises dijo llamarse Nadie y en este poema hasta se niega el que sea esa persona con el doble sentido de la expresión cotidiana "no ser nadie", "Quizá no fuera nadie".


Lotófagos
por Juana Castro
Amsterdam,1998
A mediodía, por el aire, pasa
el ángel mudo de los inmigrantes. Todo
se alza y es un vaho
de pan recién cocido con aroma
de flores. En los barrios, los tranvías,
las ventanas y el metro, cada inmigrante compra
su flor de cada día y una
ración de pan. Pan moreno, pan alto,
pan blanco, pan rubio, de centeno o del sur.
Cada inmigrante huele
su pan de cada día mientras muerde, una a una
las irisadas migas
de su ración de flor.
Odiseo conduce a su pueblo fuera de la isla de los Lotófagos.
En este poema se juega con la flor de loto que hacía olvidar a los lotófagos y el pan, alimento de cada día de los inmigrantes. Se entremezclan los dos elementos poniéndolos a igual nivel "su flor de cada día (v. 7)/ su pan de cada día (v. 11)", es decir, tan necesario es para un inmigrante comer como olvidar. Necesitan la flor para olvidar lo que dejaron atrás, sus vidas, su país, sin distinción de cómo sea esa persona. "Pan moreno, pan alto,
pan blanco, pan rubio, de centeno o del sur." Esta enumeración de tipos de pan refleja que pese a tener distintos gustos, todas estas personas tienen en común la necesidad de olvidar para seguir viviendo.



Ulises
por Francisco Bejarano

El peregrino solitario vuelve
después de haber ganado un mundo propio.
Por el camino de albariza llega
hasta su casa, pero ya no es suya,
ni ha salido su perro a recibirlo
hasta morir al verlo de alegría.
Tanto tiempo empleó ganando un reino
que el reino que dejó se fue en el tiempo.
Fue el dueño de estos campos, fueron suyos
los almendros en flor, las amapolas
bajo el aire de marzo, los arroyos
de las lluvias tempranas del otoño.
- ¿Y nada es mío ya? ¿De dónde vienes
buen peregrino? - De ninguna parte,
pues todo estaba aquí. Lentos sus pasos
en silencio desandan el camino.

Aquí se expone como Ulises pierde todo al querer ganarlo "Tanto tiempo empleó ganando un reino/ que el reino que dejó se fue en el tiempo". Recorrió un largo camino de peregrinaje hasta su hogar, perdiendolo durante el camino. Al llegar, ya no tiene nada, porque tras todo lo que ha recorrido lo han olvidado. "- ¿Y nada es mío ya? ¿De dónde vienes/ buen peregrino? - De ninguna parte,/ pues todo estaba aquí" ítaca toma otro matiz ya que en la idea original es el final de un largo viaje, es la recompensa y aquí es el centro, el lugar de donde no debía haberse marchado, es decir, no debería haber habido viaje.



Ulises navegando
por Miguel D'ors

Distanciada por años y batallas
y estratagemas y navegaciones,
Ítaca se diluye en la memoria
de Ulises, que en la popa, pensativamente
mira el efímero recuerdo
de espuma que la nave deja al mar.
Se van desvaneciendo las murallas
de la ciudad, los templos soleados,
aquel dorado olor de la vendimia;
los rostros frecuentados están ya
descompuestos en ojos, y sonrisas
y pómulos confusos, que no logra
agrupar su memoria.
Ítaca apenas
es algo más que un nombre; sólo un nombre
en el que la esperanza se encastilla.



En este poema Ítaca no es un objetivo vivo, fuerte y constantemente presente en Ulises como en la versión original, si no que es un recuerdo vago de lo que antes fue algo importante. Ulises ha olvidado todo lo sentimental referido a ese lugar, ya no tiene un vínculo emocional con la isla que pasa a ser un lugar más para el. 





Ulises
por Javier Salvago

El poema titulado "Ulises" nos ofrece una visión desencantada (que no pesimista) de la vida y en él podemos adivinar una evidente responsión del relato odiseico y un uso desmitificador del personaje de Ulises, todo ello en consonancia con el tono de la obra y, en general, con el de la poesía de Salvago. En resumidas cuentas y en relación con el contenido, el poema nos presenta los distintos momentos de la jornada diaria de un personaje -que parece ser el propio poeta desde que se levanta por la mañana para ir al trabajo hasta que vuelve por la noche a su casa y se reencuentra con su esposa y su hijo. A lo largo de esta rutinaria odisea diaria y particular (algo que recuerda, como podrá sospecharse, a la odisea dublinesa del personaje de Leopoldo Bloom del Ulises de James Joyce durante la jornada del 16 de junio de1904) el poeta nos ofrece una serie de acontecimientos en la vida de su personaje que vienen a ser un claro remedo de algunas de las distintas aventuras que asaltan a Ulises en su regreso a Ítaca, bien porque el poeta lo mencione explícitamente bien porque la situación pintada por Salvago así lo sugiera (y aunque, desde luego, no son muchas, sí son tal vez las más significativas y conocidas de la Odisea).

El personaje del poema de Salvago marcha, pues, por la mañana, como
el Ulises del mito, a su batalla particular, a su lucha diaria con la vida:

La vida, este inútil trabajo, esta batalla
a muerte y sin descanso, que le obliga a lanzarse
un día más, sin ganas ni ilusión, a la calle.

El destino es su lugar de trabajo, a donde llega después de no pocos
rodeos, después de salvar los muchos obstáculos que se le ponen por
medio, tan arduos como para llevarlo a la negación de emprender esta
batalla diaria: la mirada desdeñosa de la portera, la esquivez de los
vecinos, la consustancial desgana y desencanto del personaje, el ritmo de
la ciudad:
Se eterniza el camino en múltiples atascos
que son como la imagen a escala del gran caos
de este final de siglo, febril y cambalache,
que oculta sus miserias con elegantes trajes
y juguetes de lujo...

Por si fuera poco, su descontento aumenta en el despacho; la rutina del
trabajo, la mentira de su oficio de redactor publicitario cuyo hastío sólo
consigue vencer ante la necesidad apremiante en que se ve para pagar
las deudas:

El tedio de mentir, el asco de saberse
cómplice de este burdo rey Midas que convierte
en mercancía todo lo que tocan sus manos.
Mas el Banco no espera -se cobra lo prestado,
con usura y con creces-. La trampa es tan grosera
que sueña echarse al monte, pero ya no es quien era.

El sentimiento de desgana y desencanto, verdadero hilo conductor del
poema, prosigue aún incluso en los momentos en que el personaje se
substrae de su tarea diaria. La hora de la comida es también motivo para
la queja, pretexto para la reflexión en negativo acerca de la vida:

...En un chino,
ante un plato de arroz tres delicias refrito
y una ensalada china, le sigue dando vueltas
al tema de la vida malgastada. Comprueba,
al apurar su taza de té, que es el segundo
paquete el que estrena. Total, la vida es humo.
Y sigue la gran mentira que acecha a cada instante, a pesar de que este
nuevo Ulises se deja seducir por el canto de Sirenas que le llega desde un
lugar cualquiera, por si allí encontrara un sucedáneo de la felicidad por
un instante:
Le queda tiempo aún para estirar las piernas
antes de proseguir. Un canto de sirenas
lo llama desde un cutre salón recreativo
y entra al trapo, sabiendo de sobra que es un timo.
Sólo para tentar su suerte o sentir algo,
un poco de emoción, como quien bebe un trago,
se deja seducir por una tragaperras
que, al cabo, le confirma que todo es una mierda.
Convencido una vez más del inútil trabajo de la vida, se encamina de
nuevo a su tarea laboral consciente de la rutina, del peligro que se
esconde en esa gruta a la que le conducen sus pasos, como el Ulises del
mito:
Hay que seguir. La tarde no ofrece nada nuevo:
proyectos, reuniones... En resumen, el tedio
de mentir, de saberse cómplice del mercado,
Polifemo insaciable que nos va devorando.

Y tras salir del trabajo, la vuelta a casa le depara pocas novedades: sólo la
tentación de alguna aventura amorosa con una joven (tal vez una nueva
Circe o Calipso) para la que le falta entusiasmo y coraje, la constatación
de que ha pasado el tiempo y ya no es el de entonces. Y este camino de
regreso se hace largo y cansado, como en el mito, porque el Ulises de
Salvago retorna a pie y ello le sirve para reafirmar más, en su recorrido
por la ciudad, el desencanto que tiene hacia la vida al comprobar las
pocas cosas nuevas, por ya experimentadas, que se le ofrecen:

Opta por desandar, paseando, el camino
de regreso. La noche lo tienta con sus brillos,
con sus archisabidas promesas, que desoye
porque, por experiencia, sabe ya lo que esconden.
Una atractiva joven se le acerca y le pide
fuego... Quizás podría... pero no se decide
a dar el paso. No, no está para esos juegos
que exigen entusiasmo, dedicación y un cierto
grado de confianza en uno y en su hombría
-bastante quebrantada, sin moral, distraída
con otras obsesiones-. Cruza el centro, rumiando,
en soledad ruidosa, lo absurdo de su estado.
Mientras la juventud, en los bares de moda,
se agita y bulle, pasa pensando en otra época,
en noches de aventura y deseo, interminables;
sabía allí la vida a lo que ya no sabe.

Y, finalmente, su llegada a casa. Allí lo esperan su mujer y su hijo, ya
dormido. Pero el recibimiento, lejos de lo esperado por él (ese remanso
de paz anhelado durante todo el día), está a tono con la jornada. Su
paciente mujer, ensimismada en su labor, lo recibe fríamente y
quejándose de la soledad que vive a diario, del desdén que sufre por su
y del poco interés que muestra por sus cosas: la discusión está
servida y no hay cesión por parte alguna. Ambos se entregan por fin al
sueño donde encontrar un poco tregua y un atisbo de libertad:
Ensimismado y lejos de todo, con su exilio
interior, llega a casa, cansado. Ya su hijo
duerme. Le deja un beso en la frente y se queda
a su lado un instante. En el salón, lo espera
su mujer. Se saludan con frialdad. -Su rostro
presagia la tormenta; se masca mar de fondo-.
Sin apartar los ojos de su labor, pregunta...
...Se lanzan mutuamente reproches,
como dos enemigos defienden posiciones
encontradas, se dicen lo que tal vez no sienten,
sólo por humillarse, sólo por defenderse.
Sin control, la tormenta va subiendo de tono,
gritan, se desesperan, se amenazan.. .Y todo
¿por qué?, se lo pregunta más tarde, cuando ella,
llorando, se retira a la cama. ¿No era
esto lo que esperaba todo el día, el momento
de regresar a casa, a su isla, a su centro,
olvidarse del mundo, de sus trampas y pompas,
cerrar la puerta a todo, al menos unas horas?
Como dos enemigos, con sus dos soledades
de espaldas, se vigilan por si acaso uno hace
un gesto que propicie el encuentro, el abrazo,
_ la paz que ambos desean..., pero esperan en vano.
Lo que llega es el sueño, como una dulce tregua
de libertad, el sueño, la muerte por entregas.

Éstas son, de forma sumaria, las líneas maestras del poema de Javier
Salvago que, como habrá podido comprobarse y he ido señalando,
contiene algunos elementos del relato odiseico. Pero, aparte de estas
similitudes del texto del poeta sevillano con la Odisea (ya sea la
homérica ya la de Joyce), merece la pena destacar los aspectos del relato
que Salvago ha desmitificado en relación con la tradición de la leyenda;
algunos son coincidentes con poemas de autores anteriores, pero otros
son estrictamente propios y responden, como decía antes, al tono general
de su poesía. Y todo ello tiene, a mi juicio, una relativa importancia
porque, como ya dije, estamos ante un poeta, ante un tipo concreto de
poesía, en la que el mundo clásico está prácticamente ausente. De ahí
que el uso que se haga del mito dentro de esta tendencia poética tenga
que ser necesariamente distinto a como se ha venido haciendo hasta
ahora, porque los intereses poéticos son también distintos.
El poema de Salvago, además de ofrecernos una visión distinta del
Ulises de la leyenda clásica, nos ofrece un personaje contestatario
también de esos otros Ulises, o del hecho en sí de su viaje, que ha forjado
la tradición posterior. No se hace aquí una defensa a ultranza del sentido
metafórico del viaje odiseico como se hacía en el famoso poema "Ítaca"
de Cavafis, en la idea de que lo que importa no es la meta, sino el camino;
tampoco se nos presenta un Ulises desencantado de su llegada a Itaca y
anhelante de las aventuras vividas antes de su regreso, como podemos
ver en algunas recreaciones actuales, tanto teatrales como poéticas del
mito. Tenemos ahora un Ulises desencantado absolutamente por todo.
que no posee ni siquiera interés alguno por emprender con arrojo la
lucha diaria; que no encuentra, porque todo lo invade la mentira, razón
alguna para dejarse seducir por cantos de Sirenas, ni por jóvenes
atractivas que le ofrecen sus encantos: un Ulises que, para colmo de sus
males, ni siquiera encuentra la paz deseada en su recoleta isla, su hogar, allado de su mujer y de su hijo, sino en el sueño (a propósito de lo cual,
por si acaso alguien pudiera pensar que el desencanto de la vida puede
salvarse con los sueños, Salvago dice en el poema final que cierra el libro
-"Epílogo "-: "Soñar es gratis, dicen. Sin embargo, / quien ha soñado sabe
que los sueños / se suelen pagar caro "), ese sueño, en fin, que. en su
aspecto fisiológico, es anticipo por fascículos de la muerte. Tenemos, en
la línea de la urbanidad que marca especialmente la poesía de la
experiencia, un Ulises que es el hombre de hoy, ese animal de ciudad que sale a diario a enfrentarse a su lucha particular y rutinaria y suele de
ordinario volver derrotado, que no tiene una Penélope tan paciente
como la homérica ni un Telémaco tan preocupado por su padre que
emprende su búsqueda.

Este poema de Javier Salvago demuestra, en fin, que los mitos clásicos
perviven más allá de los imperativos poéticos y de las modas de turno,
camuflados o revestidos con nuevos ropajes y encaminados a nuevos
fines, pero al fin y al cabo renovados en estos ecos actuales y dotados
siempre de plena vigencia.

Análisis de la antología: Ítaca.

1 comentarios

Ítaca
por Francisca Aguirre

¿Y quién alguna vez no estuvo en Ítaca?
¿Quién no conoce su áspero panorama,
el anillo de mar que la comprime,
la austera intimidad que nos impone,
el silencio de suma que nos traza?
Ítaca nos resume como un libro,
nos acompaña hacia nosotros mismos,
nos descubre el sonido de la espera.
Porque la espera suena:
mantiene el eco de voces que se han ido.
Ítaca nos denuncia el latido de la vida,
nos hace cómplices de la distancia,
ciegos vigías de una senda
que se va haciendo sin nosotros,
que no podremos olvidar porque
no existe olvido para la ignorancia.
Es doloroso despertar un día
y contemplar el mar que nos abraza,
que nos unge de sal y nos bautiza como nuevos hijos.
Recordamos los días del vino compartido,
las palabras, no el eco;
las manos, no el diluido gesto.
Veo el mar que me cerca,
el vago azul por el que te has perdido,
compruebo el horizonte con avidez extenuada,
dejo a los ojos un momento
cumplir su hermoso oficio;
luego, vuelvo la espalda
y encamino mis pasos hacia Ítaca.

Francisca Aguirre se sirve del mito de Penélope y Ulises para cifrar, con cierto distanciamiento, el sentimiento de pérdida, de la soledad, el aislamiento, el desamparo. Tales sentimientos quedan así potenciados, redoblados de universalidad, gracias a este sustrato cultural.




Nunca desayunaré en Tiffany...
por Manuel Vázques Montalbán

Nunca desayunaré en Tiffany
ese licor fresa en ese vaso
Modigliani como tu garganta
nunca
aunque sepa los caminos
llegaré
a ese lugar del que nunca quiera
regresar
una fotografía, quizá
una sonrisa enorme como una ciudad
atardecida, malva el asfalto, aire
que viene del mar
y el barman
nos sirve un ángel blanco, aunque
sepa los caminos nunca encontraré
esa barra infinita de Tiffany
el juke-box
donde late el último Modugno ad
un attimo d'amore che mai piu ritornera...
y quizá todo sea mejor así, esperado
porque al llegar no puedes volver
a Itaca, lejana y sola, ya no tan sola,
ya paisaje que habitas y usurpas
nunca,
nunca quiero desayunar en Tiffany, nunca
quiero llegar a Itaca aunque sepa los caminos
lejana y sola.

El poema refleja la constante tentación del autor de llegar a ese lugar ideal que es Tiffany (Ítaca), a pesar de no conseguirlo nunca. Realiza un símil entre Ítaca y Tiffany presentadolos como lugares ideales de los que no puede regresar por lo perfecto y lo agradable en ellos.
Este poema presenta con claridad la técnica novísima por excelencia: el collage.
Es un ejemplo de la estética pop característica de Vázquez Montalbán.
En ella se funden literatura, música, cine y arte mediante:
“La canción del Jinete” de García Lorca (poesía)
“Desayuno con diamantes” de Truman Capote (cine y narrativa)
“Vechio Frack” de Domenico Modugno (música)
Referencia al artista bohemio “Amadeo Modigliani” (arte)
D
estaca la artificiosidad, la experimentación y la influencia del cine.




Ítaca
por Teresa Ortiz

Tal como prometió ha vuelto el rey de Ítaca.
Ha sido un largo viaje.
Por ti desafié la ira de los dioses.
Atrás quedaron tierras, caricias de otros brazos.
La música más bella que un mortal escuchara.
Hoy brilla el mismo sol en este hermoso cielo
que iluminó violento los días de mi dicha.
Bajo él vi muchachos que luego fueron hombres.
- Ambición y codicia cambiaron sus miradas
como cambian al mar el viento y las tormentas.-
Y aunque rogué a los dioses no ver esta mañana
de nada me ha servido.
Cumplido he mi destino: de mi astucia y mi fuerza
guardarán fiel recuerdo los hombres y los mares.
Todo valió la pena pues me esperaba Ítaca.
Mas Ítaca eras tú, mi prudente Penélope
que guardaste mi casa, defendiste mi hacienda.
Quien osó despojarnos lo pagó con la vida.
Al igual que esta tierra he sido sólo un sueño.
Demoré cuanto pude tu estancia lejos de ella.
Yo fui Circe, Nausícaa… Ítaca no existió.
Tu vuelta me condena, al reino de las sombras.
Muertos los pretendientes ya todo es como antes.
Nada importa si el tiempo dejó huella en tu rostro.
Para mí serás siempre aquella que me espera,
tejiendo mi regreso.
¿Los pretendientes, dices?… Soy demasiado vieja.
Casi no te recuerdo y nunca esperé a un héroe.
Sí, mi nombre es Penélope.

En este poema Ulises y Penélope dialogan. Ulises mantiene la historia original, siguiendo el hilo del argumento clásico pero en Penélope se presenta un cambio: reniega de él. Ella niega la existencia de Ítaca y de la aventura en general. Ulises comprende Ítaca como su hogar, su mujer, y ella la presenta como un sueño, confesándole que hizo lo posible por mantenerlo lejos. Se entiende entonces que Ítaca es una excusa para mantener a Ulises alejado de Penélope, creyendo este que lucha por llegar a un lugar idílico siendo en realidad un falso motivo.






Ítaca no existe
por Amalia Iglesias Serna

Tres vueltas de llave y un olor a silencio,
la luz súbitamente estrangulada en el lecho sin fondo
y la humedad de quince o más otoños
y esta locura
y esta oscura gangrena de embriagada penumbra,
tres o cuatro macetas con esquejes de olvido
o esa vela gastada en noche de tormenta.
Las puertas columpian el llanto de sus goznes.
Hace ya tiempo que no hay golondrinas al borde del tejado.
Asciendo lentamente
aquella escalera de los sueños freudianos,
subo a los altares mínimos
de mi propia insuficiencia.
¡Cuánto ayer empozado,
cuánta breve mortaja,
cuánto leve recuerdo!
Sobre la cal de esta pared escribo un verso:
He regresado y nada me esperaba.
Quizá se vuelve como a la patria o al padre
con un algo de herida
y esa ansiedad de no reconocerse en los viejos espejos.
Quizá se vuelve tarde,
se vuelve ya sin tiempo.
Desde el suelo
una muñeca muerta me contempla,
-una muñeca serenamente muerta-
Me alejo
con la desagradable sensación de haber profanado
una tumba.

En este poema se relata la vuelta a una Ítaca vacía, sin vida, distinta de como se recordaba. Esto se debe a la idealización de la misma, y al no haber tenido en cuenta que cuando se volviese uno no sería igual que cuando se fue, es decir, no se verá reflejado de la misma forma en los espejos. Expresa un sentimiento de decepción y desilusión al descubrir que en la esperada Ítaca no hay nada, que se ha recorrido un camino para llegar a un lugar en el que no hay quién te reciba.